Hay quien relata, tras despertar del coma, haber estado fuera de su cuerpo suspendido; incluso, de estos, hay quien dice que podía verse desde fuera. Personas que han estado clínicamente muertas durante segundos o minutos y luego reviven suelen describir situaciones, si no iguales, parecidas. A veces, mientras uno duerme, también puede experimentar esto, como también lo testifican algunas personas en otras situaciones tras el consumo de determinados estupefacientes. De la mano, se experimenta la conocida visión del túnel, donde al final existe una especie de luz que atrae poderosamente.
Desde la neurología, todo esto suele interpretarse como una alucinación, una reconstrucción de la memoria a posteriori que da lugar a una interpretación extraña de la situación. Sea como sea, quienes lo experimentan describen un estado de claridad plena, en el que, al verse en esta situación, alcanzan un nivel de autoconsciencia que antes no existía. Esta sensación de tránsito guarda semejanza con la que se describe en uno de los bardos del Libro Tibetano de los Muertos.
El estupendísimo capítulo 2x07 de 'Separación', titulado Chikhai Bardo, hace referencia a este concepto. La expresión Chikhai Bardo, que da nombre al episodio, tiene su origen en el budismo. Este fenómeno de "bilocación" (por llamarlo de alguna manera), asociado metafórica o literalmente a la muerte, describe el momento en que el alma abandona el cuerpo y se observa a sí misma desde otra perspectiva. En los textos tibetanos, esto es lo que se conoce como, precisamente, Chikhai Bardo: el instante en que la mente se separa del cuerpo y se contempla, por primera vez, desde fuera; puede que para conocerse, puede que para batallar consigo mismo, o puede que para huir definitivamente de si mismo guiado por la luz.
En Separación, si bien el planteamiento tiene una carga formalmente física, como concepto es puramente espiritual y filosófico; puede que hasta científico. Y es que el gran dilema por el que pasa el que decide separar el trabajo de la vida (lo que ocurre en la serie), no es más lo que le ocurre al que decide separar la conciencia del ego.
Con esto, las enseñanzas del budismo clásico asoman a nuestro tiempo para ofrecer la visión de un tipo de bardo moderno ante la experiencia extracorpórea que ocurre después de firmar un contrato laboral.
Morir constantemente como forma de vida
El primero de ellos es el Chikhai Bardo, el instante de la disolución. Es el momento en el que la conciencia empieza a soltarse del cuerpo, momento en el que se enfrenta a una claridad abrumadora, entrando así en un terreno sin forma, uno donde todo lo ve; también a sí mismo. Según esta tradición, si el alma reconoce lo que está sucediendo, se librará del fatídico ciclo del renacimiento. Si no, quedará atrapado en las visiones del segundo bardo, el Chönyid Bardo, y más tarde se reencarnará por no haber alcanzado el nirvana.
En estado intermedio
En la tradición budista tibetana, la palabra bardo significa literalmente "estado intermedio". Es común que en Occidente se interprete este concepto asociándolo exclusivamente a la muerte, ya que suele explicarse con ese fin. Sin embargo, el bardo se puede entender como cualquier transición profunda en la conciencia. Básicamente, habla del instante preciso en que dos dualidades se encuentran y luchan por vencer. De una forma objetiva, puede referirse tanto al paso entre la vida y la muerte como el enfrentamiento entre dos perspectivas opuestas en las que uno mismo piensa o puede encontrarse en el día a día.
Se decía en líneas anteriores que el texto que ha difundido este concepto es el Bardo Thödol, conocido como El libro tibetano de los muertos, un texto que se recita a los recién fallecidos para guiarlos en su paso por los diferentes estados posteriores a la muerte física, a la vez que también lo escuchan los vivos para que comprendan la naturaleza transitoria de la existencia y el funcionamiento de la mente en los momentos de cambio. Para los vivos, a fin de cuentas, es una herramienta para afrontar los duelos simbólicos por los que pasan. El texto oficial describe tres bardos principales, a saber:
1. Chikhai Bardo:
El instante de la muerte, cuando la conciencia se separa del cuerpo físico y experimenta una luz intensa y pura.
2. Chönyi Bardo:
El estado de visiones, donde surgen imágenes, deidades y símbolos formados por la mente. Este es el bardo donde la conciencia puede confundirse o asustarse si no está preparada para el más allá.
3. Sidpa Bardo:
La fase final, la que conduce al renacimiento. En ella, la conciencia comienza a aferrarse nuevamente a una forma, a una existencia, que se traduce en llegar a verse obligado a reintentar el mismo proceso, generando un ciclo que, de nuevo, le llevará al Chikhai Bardo.
Muerte en la oficina
En la primera temporada de Separación conocimos al departamento de Óptica y Diseño, uno de tantos enigmáticos lugares de Lumon, que "presumiblemente" había desarrollado unas misteriosas tarjetas plastificadas conocidas popularmente como tarjetas ideográficas, donde se representaban figuras humanas en posturas abstractas, parecidas a llaves de defensa personal. Se nos enseñaron en alguna ocasión, pero fue Dylan quien las descubrió y quien intuyó que ocultaban algún tipo de mensaje.
En este episodio de la nueva temporada, Gemma (la esposa de Mark, convertida en Ms. Casey dentro de Lumon) explica que una de esas cartas representa el Chikhai Bardo, la muerte del ego. Se sugiere, entonces, que el proceso de escisión que genera al dentri y al fueri da lugar, por naturaleza, a un ritual simbólico de la muerte del yo. Lumon quiere ganar la batalla que se da en la fragmentación de identidades con la intención de tomar el papel de ser esa luz que lleva al nirvana.
La serie, que parte con la premisa de la famosa separación quirúrgica entre la vida laboral y personal, podemos entenderla como una alegoría filosófica y psicológica que trata algo que se ha hecho desgraciadamente fundamental en nuestro tiempo: la disociación.
Bardos en el siglo XXI
La disociación, en términos clínicos, se entiende como la desconexión entre pensamientos, identidad, conciencia y memoria. En lo cotidiano, puede manifestarse como la sensación de despersonalización que ocurre cuando se lleva años en un mismo puesto, cuando se repiten tareas monótonas o cuando se siente de alguna forma que una parte de nosotros ha dejado de estar presente, dando lugar a una falta de sensibilidad intrapersonal y extrapersonal. No es una enfermedad en sí, pero es un claro síntoma de burnout, que deriva en ansiedad y, en casos más severos, trauma.Desde la neurociencia, esto se explica por la forma en que el cerebro automatiza rutinas para ahorrar energía cognitiva. Según numerosos estudios, la corteza prefrontal reduce su actividad en tareas repetitivas, dejando paso a los ganglios basales (encargados de los hábitos). Es una forma de lo que entenderíamos como una especie de hibernación emocional. En lo terrenal, el cuerpo trabaja, pero la mente no está implicada en esa tarea, y a pesar de lo bueno que pueda parecer, este modo ahorro trae consigo consecuencias.
Pero... ¿es buena la separación entre trabajo y vida?
Separar el trabajo de la vida personal se presenta hoy como una aspiración legítima, incluso como un signo de salud mental, trayendo las ideas de desconectar al salir, no llevarse nada a casa, y etc. La cultura contemporánea promueve esa idea del work-life balance y generar dos esferas diferenciadas entre vida y trabajo. Sin embargo, la ciencia y la sociología laboral cuestionan esto con rotundidad, porque separar estas cosas radicalmente puede llevar, paradójicamente, a una mayor sensación de vacío y malestar, porque la parte que trabaja siente que no vive, mientras que la parte que vive siente que no produce.
En su ensayo The Burnout Society, Byung-Chul Han ya advertía que la hiperproductividad nos hace concebir el trabajo como identidad. Al intentar “aislarlo” lo patologizamos. Y esto, precisamente, es la premisa de toda la serie.
A la pregunta de si es sano que tu yo del trabajo no tenga acceso a tu yo emocional, por lo pronto, Severance parece responder con un rotundo NO. Este episodio pone al descubierto que sin continuidad entre nuestras identidades, dejamos de comprender, incluso a nosotros mismos; por el camino, perdemos todo lo que nos hace ser humanos, dejándonos a merced de ser meros dispositivos de función.
Justificar al monstruo
Y aquí está lo verdaderamente peligroso en todo este asunto: esta escisión entre lo laboral y lo personal abre la puerta a una justificación peligrosamente funcional del daño. Cuando separamos radicalmente el yo personal del yo laboral, se activa una coartada que permite pensar que, si lo que ocurre en el trabajo no afecta a la vida fuera de él, entonces todo está permitido.
Es fácil ver esto con frecuencia en dinámicas laborales que normalizan la insensibilidad, y que suelen acompañarse de tópicas frases que rezan “no es nada personal” o similar. Según un estudio publicado en Frontiers in Psychology (2021), los trabajadores que perciben de natural una desconexión entre su rol profesional y su identidad personal tienden a mostrar menor empatía hacia sus compañeros y a justificar comportamientos poco éticos si estos le benefician.
La ficción subraya este concepto con crudeza: si el yo que sufre no existe fuera del horario laboral, la ética laboral se vuelve prescindible. Así, se justifica que una persona pueda no reconocerse en otro compañero mientras trabaja, por lo que se acepta el tratar al prójimo como si realmente no existiera, o en el mejor de los casos, como si solo fuera una herramienta.
Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo
Realmente, todo esto que se comenta está más que estudiado y se sabe que los trabajos que fomenten la disociación del yo deben denunciarse y entenderse como una red flag laboral de manual. La psicología organizacional ha descrito el fenómeno de segmentación personal y laboral como una solución al estrés a corto plazo, pero que provoca una disminución del compromiso emocional en la vida de una persona en general, consiguiendo que la persona en cuestión orbite estados locura con facilidad.
Desde la neurociencia, sabemos que el cerebro humano construye coherencia narrativa entre todas sus partes; cuando esa continuidad se rompe (como cuando no hay relato entre lo que se es dentro y fuera del trabajo), se activan mecanismos de disociación similares a los que aparecen en entornos traumáticos. El córtex prefrontal pierde capacidad de integración y se priorizan respuestas de automatismo defensivo, o la dichosa disociación que definimos laboralmente como trabajar sin estar y obedecer sin comprender. Esto, que puede sentirse en un primer síntoma como algo agotador, es, en realidad, deshumanizante. El sujeto funcional eclipsa al sujeto consciente.
Si algo conviene dejar claro es que, ni en Severance ni en la investigación científica real sobre los entornos laborales, la disociación aparece como una salida viable a nada. Al contrario: lo que se recomienda es restaurar la narrativa unificada del yo, esa en la que lo laboral y lo personal conviven sin excluirse, porque de esa integración nace la auténtica salud emocional dentro y fuera del trabajo.
Entenderlo supone romper el ciclo de repetición y aproximarse al nirvana del Chikhai Bardo. Quien, en cambio, insista en fragmentar y destruir esa unidad, quedará condenado a girar sin tregua en un ciclo de renacimiento perpetuo del mismo error, tal y como predice el libro tibetano de los muertos.