'Sirat' – 4 claves para entender la nueva obra de Oliver Laxe


Hay películas que se atraviesan como si fueran un desierto, y cuando quieres contarlo, nada de lo que dices se acerca a la sensación de haberlo atravesado. Estas películas son historias que no se consumen como un relato, sino que se reciben como una experiencia. Sirat, la nueva propuesta de Oliver Laxe, es de esas. Su regreso a Cannes tras la maravillosísima 'O que arde' se dejó interpretar como una odisea espiritual bañada por arena, precisamente, del desierto; un film de pulso hipnótico, coreografiado gracias a la música techno y a la constante presencia de la muerte. Laxe presentó una peculiar película que, al poco, deja de pedirte atención, y pasa a pedirte abandono si lo que quieres es comprenderla.

Conviene advertirlo: Sirat no es cine fácil. No busca complacer, ni tampoco incomodar por sistema. Funciona como un ritual en el que Laxe rompe la gramática habitual de la narración para forzar al cine a explorar territorios inciertos. Una apuesta radical que solo se permite quien ya ha entendido que el cine no tiene que justificar nada, tan solo abrir senderos.

El resultado es un trayecto que se despliega entre el vértigo de lo íntimo y el resplandor de la multitud. Y aquí, en 4 claves, se justifica.

1. Poesía con sed


Un hombre busca a su hija entre las raves que se realizan en el desierto del Norte de África. El punto de partida de Sirat podría sonar simple, pero lo que Laxe propone va mucho más allá. Lo narrativo se desnuda para cargar con un drama íntimo entre ruido de multitudes, el de la búsqueda de un padre en el umbral de su propio ocaso, un Caronte errante que avanza entre dunas esperando que, en algún momento, la arena revele hacia donde ir.

El propio Laxe lo ha dicho con claridad: Sirat no es una película política, es una película poética. Y es cierto: la película no denuncia, no discute, y podría hacerlo. El desierto se levanta como el escenario de una humanidad que intuye el colapso y que, de algún modo, parece ansiarlo, pero no desde la desesperación, sino desde una lucidez radical. Y es en ese punto, en esa frontera entre la muerte y la celebración, donde Laxe cincela una obra que habla un lenguaje que roza lo sagrado.

2. Frontera abierta


A diferencia de sus trabajos anteriores, Sirat es una película más abierta a un público general. Y paradójicamente, también más extrema. Su radicalidad, dice Laxe, no fue buscada, fue fruto de la libertad narrativa que ha alcanzado con la madurez. Aquí, el director gallego mezcla referentes del cine autoral europeo con la violencia y energía del cine americano de los años 70 en obras como 'Easy Rider', 'Apocalypse Now' o 'Sorcerer'.

Esa dualidad entre lo contemplativo y lo físico, convierte a Sirat en una película frontera. No solo porque se rueda entre Marruecos y Mauritania, sino porque habita una frontera sensorial entre el trance visual y el relato clásico. Es cine de autor que mira a las masas, cine popular que se atreve a no explicar. Laxe quiere conectar con un nuevo público sin dejar de ser él mismo.

3. Techno y muerte


Uno de los ejes que atraviesan Sirat es la tensión entre el pulso de la rave y la certeza de la muerte. Laxe ha explicado que todo surgió de una imagen que tuvo la oportunidad de ver, una de unos coches avanzando por el desierto, y fue en ese instante cuando se desplegó la vibración de la música electrónica y su voluntad de enfrentar al espectador ante esa situación mezclándola con la experiencia del duelo.

El desierto aparece entonces como territorio de tránsito y metamorfosis. La fiesta deja de ser evasión para ser ceremonia. La muerte, aunque nunca visible, siempre está. Sirat se inscribe así en una tradición de cine espiritual que entiende la vida a través de la pérdida.

Hay que rascar, tocar fondo, y a partir de ahí, trascender”, dice Laxe. Y su cine se acomoda justo ahí, en la crudeza de lo real, buscando en ella su forma de belleza.

4. El guía hace el viaje


Por primera vez en su filmografía, Laxe ha contado con un actor de renombre como protagonista: Sergi López. La elección no es gratuita. Laxe necesitaba un rostro que pudiese conducir al espectador sin desdibujar la autenticidad del viaje. Pero López no actúa tanto como acompaña. Es el encargado de generar un espacio que comprendemos dentro de un rodaje que mezcla actores profesionales con raveros reales en una rave que se está viviendo de verdad, sin filtros ni imposturas.

López, generoso, se funde con el espíritu del film. Representa esa figura guía, casi chamánica, que se integra sin dominar, que busca sostener. Su presencia es el ancla que amarra un filme que, por momentos, quiere escapare flotando.



Sirat
no se limita a retratar un viaje, sino que lo propone. Polvo, techno, muerte y revelación; toda su materia es la de un trance. Es cine de autor, pero también es fiesta para todos; es ritmo en el abismo. Una vibración tan larga que te vence y te exige rendición, para llevarte arrastras a comprender todo lo que te intenta enseñar.

Es un filme que parece brotar del subsuelo del alma y de las ruinas de nuestro tiempo. Una rave mística en mitad del colapso, guiada por un padre exhausto, acompañada por un grupo de jóvenes y atravesada por la sospecha de que, tal vez, este desierto ya nos lo está revelando todo y el problema es que no somos capaces de verlo.

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