Cuanto más grande se vuelve el negocio del audiovisual, más frágil parece el arte que lo sustenta. En 'The Studio', la nueva serie de Seth Rogen y Evan Goldberg, se nos muestra esta triste realidad. La serie, a grandes rasgos, trata sobre ejecutivos histéricos y creativos en crisis en los despachos de Hollywood, pero todo esto se intrinca en una radiografía sarcástica de un ecosistema que lleva demasiado tiempo riéndose de sí mismo sin entender realmente por qué.
Después del doble terremoto que sacudió Hollywood en 2023 (la huelga de guionistas primero, la de actores después), el discurso sobre la industria de Hollywood y el sueño americano ya no puede fingir inocencia. Algo se rompió, o más bien se dejó ver que ya estaba roto desde hacía tiempo. El guionista medio dejó de ser invisible, el actor dejó de ser glamuroso, y los grandes estudios dejaron de parecer inocentes. Y es en ese clima post-colapso donde 'The Studio' nace como documento tragicómico destinado para el que conoce o quiere conocer las entrañas del mundo audiovisual. Esta no es otra sátira inofensiva sobre el medio, y aquí las claves.
1. Te ríes, pero no es graciosa
En esta serie, los creadores vuelcan el pánico que se siente en la industria, y del que quizá no somos conscientes como espectadores. Como ya ocurría en algunas obras de Rogen, en 'The Studio' el humor no es herramienta para relajar tensiones, es una para subrayarlas. En sus líneas, no hay punchlines satisfactorios ni moralejas reconfortantes. Cada chiste es una grieta, una señal de que algo va mal y va a ir a peor.
La serie parte del workplace sitcom (comedias que ocurren dentro del trabajo) para acabar siendo un laberinto kafkiano en el que ningún trabajador de este estudio sabe realmente qué está haciendo, pero todos fingen con entusiasmo que lo que hacen es bueno y que sus ideas son las que valen. Pronto nos damos cuenta que, como ocurre en muchísimos trabajos de nuestra sociedad, todo lo que se hace en esta industria se hace sin objetivo claro (y si lo hay, es más que cuestionable), imperando que todo el ecosistema audiovisual, dirigido por una infecta cúpula directiva, existe por la obligación de seguir produciendo dinero sin más. Y de todo esto nace lo que produce risa, que no es más que el último estertor del éxito.
La serie no busca que empaticemos con los personajes, sino que reconozcamos en ellos el burnout (en este caso, el creativo) y la alienación a la que te somete el éxito.
Llevan muchos años maquillando este problema en nuestra sociedad, pero muchos creativos se han unido aquí para ponerle nombre. El desgaste destruye personas, el jugar sucio por ganar dinero genera odio, y eso no hace gracia.
2. Hace todo lo que puede por dar visibilidad a una tragedia casi centenaria
Rogen y Goldberg, sus creadores, se burlan del sistema desde dentro. No son outsiders haciendo reír a base de sátira exacerbada, son insiders estigmatizados con ganas de poner fin a un problema. Ellos han trabajado con majors, han escrito blockbusters, han tenido fracasos, éxitos, cancelaciones. Ellos conocen el terreno, y 'The Studio' se alimenta de esa experiencia filtrándose a través de una ironía no cínica, sino melancólica.
Testigos de que todo lo que se narra en la ficción es algo real, figuras como Scorsese, Ron Howard o los hermanos Safdie aparecen en la serie interpretándose a sí mismos y, como es evidente, no lo hacen como simples cameos: su aparición es un síntoma. Hollywood ya no puede detenerlo, los creativos necesitan exhibir sus heridas para demostrar todo lo que los ejecutivos y su ansia por el dinero les está causando.
En su trama, no se deja títere con cabeza y se mete con todo un entramado que el público final desconoce de la industria. Se parodian los pitchs (o la presentación breve para dar a conocer un proyecto), los focus groups con adolescentes, los departamentos de marketing que, a fin de cuentas, no tienen ni idea de nada.
Lo más perturbador es que muchos de esos chistes parecen sacados del día a día de cualquiera que trabaje en la industria o en algo parecido. Y la realidad supera a esta ficción.
3. El algoritmo piensa que eres estúpido... y puede llevar razón
Los personajes no son arquetipos graciosos o reseñables, son figuras desgastadas que intentan mantener su relevancia en un ecosistema que muta a cada instante bajo el yugo de capitalistas detestables. Todos están atrapados en bucles de decisiones que siempre son equivocadas, relaciones laborales disfuncionales y discursos motivacionales vacíos y falsos.
A uno, debido a ese guión que va haciendo crecer una bola de problemas, se le viene a la mente ser una heredera espiritual de 'Curb Your Enthusiasm' y, sin querer o queriendo, llega al 'Network' de Sidney Lumet con aquello de gritar una realidad hacia el espectador, un espectador que no sabe de la existencia de un problema porque le han privado de la realidad. 'The Studio' expone la pérdida de sentido de las jerarquías creativas y muestra su cáncer: en nuestra realidad, ya no importa el talento, importa el algoritmo.
4. Se dispara a sus propios pies
Elegir contar una historia que hable de la dificultad de contar historias se define como gesto subversivo viviendo los tiempos que vivimos. Y hacerlo sin victimismo, pero también sin indulgencia, es, ante todo, valiente. La serie tira piedras sobre su propio tejado en pos de construir un mañana creativo mejor para todos. Se flagela constantemente y, si por ella fuera, terminaría consigo misma si con ello soluciona el problema del que habla. Después de esta serie, probablemente, sus participantes tengan las puertas cerradas a los estudios de renombre hasta que, de nuevo, se maquille otra realidad (si es que eso llega a ocurrir). Es, a fin de cuentas, una serie contestataria, y utiliza el lenguaje de todas las series que consumimos para colarnos el mensaje de que gente inepta y sus ganas de dinero están matando el arte, y nosotros lo consentimos sin saberlo.
En cierto modo, es un caramelo para cinéfilos, pero en su mezcla de ironía, melancolía y burla hacia la cúpula de las directivas de los estudios de cine, habita el querer poner nombre a un estado mental de una generación de creadores atrapados en el algoritmo. Y puede que no sea una revolución, pero al menos es un buen comienzo.