Los años veinte fueron tiempos de excesos y libertades en la industria cinematográfica de Hollywood, y así queda atestiguado en películas como 'Babylon' (2022) de Damien Chazelle. El caso es que con el auge del cine, también llegaron los primeros grandes escándalos, y uno de los más notorios fue el de Roscoe "Fatty" Arbuckle. Figura prominente de la comedia muda, su nombre quedó marcado por una acusación escabrosa que involucraba, en una fiesta descontrolada, a una joven corista con un desenlace trágico. Aunque los tribunales lo absolvieron, su carrera nunca se recuperó, y su caso se convirtió en la excusa perfecta para quienes clamaban por una regulación más estricta en Hollywood.
La indignación pública presionó al Gobierno para intervenir la industria del cine, pero los magnates del sector, conscientes del peligro de una censura impuesta, optaron por adelantarse. Así nació la Motion Picture Producers and Distributors of America (MPPDA), encabezada por William Harrison Hays. Hasta entonces, Hays había desempeñado un papel menor en la política (se dice que también como funcionario del servicio postal), pero encontró en Hollywood el trampolín ideal para su ambición.
No me digas lo que tengo que hacer
Decidido a moldear el cine según los valores tradicionales, Hays recurrió a la asesoría de dos sacerdotes jesuitas para elaborar una serie de normas que regularían el contenido de las películas. De este modo, en 1930 se instauró el llamado Código Hays, un manual de autocensura que dictaba qué se podía mostrar y qué debía permanecer fuera de la pantalla. Su aplicación no fue inmediata, pero cuando entró en vigor en 1934, transformó el cine de manera radical.
Las restricciones eran claras y estrictas, quedando prohibidas las blasfemias, las palabras consideradas inadecuadas y cualquier insinuación de inmoralidad. Expresiones como "Dios mío" estaban vetadas, mientras que los policías siempre debían ser los héroes y los criminales, recibir un castigo ejemplar. Esta última norma obligó a cineastas como John Huston a modificar el desenlace de 'La jungla de asfalto' (1950), añadiendo una justificación moral para equilibrar la simpatía que el filme generaba hacia sus personajes criminales. Otras disposiciones del código mostraban los prejuicios de la época, como que las relaciones interraciales eran inadmisibles y el respeto a los símbolos patrios debía ser absoluto.
La nueva censura
Hays capitalizó su posición en Hollywood para consolidar su influencia, pero no fue el único en utilizar la industria cinematográfica como plataforma política. Décadas más tarde, el senador Joseph McCarthy lideraría la infame "Caza de Brujas", persiguiendo a supuestos comunistas en el cine con la misma vehemencia con la que Hays actuó. La película 'Abajo el telón' (1999), la tercera incursión en la dirección de Tim Robbins, retrata de forma cercana lo sucedido.
El Código Hays perdió fuerza en los años cincuenta y fue reemplazado en los sesenta por el conocido sistema de clasificación por edades, pero esto no paró los pies a la censura. En los noventa, el político Bob Dole intentó resucitar el debate sobre la moral en el cine atacando 'Asesinos natos' (1994), alegando que promovía la violencia; y fue esto lo que dio, de nuevo, pistoletazo de salida a una nueva era de corrección política.
La censura fue tomando nuevas formas. Empezaban los tiempos de comunión, plurales, donde todas las voces se podían escuchar y podían disponer de su propio altavoz, por lo que la industria siempre intentaba ser todo lo políticamente correcto posible, con el fin de satisfacer a todos por igual y no hacer daño a nadie.
En estas, ocurre lo evidente: ser tan neutro y tibio en según qué opiniones, deja a la obra sin carisma ninguno que pueda hacerla atractiva. Películas inocentes de tinte un tanto infantiloide como la adaptación de 'Mister Magoo' de 1997, que era una comedia ligera sobre un personaje con problemas de visión, desató protestas de asociaciones de ciegos que consideraban ofensiva su representación en lugar de entenderla como un posicionamiento en primera línea a esta discapacidad, cosa que otras asociaciones SI entendían, y recriminaban la actitud de quien no lo comprendiera así. Fue así cuando se empezó a entender que daba igual que se hiciera, siempre existirían ofendidos: el problema no era la película, sino la falta de entendederas de según qué público. Casi en señal de protesta, comenzó una nueva ola de humor irreverente que disparaba a diestro y siniestro y esquivaba los sermones y la censura a golpe de vis cómica y astucia de guionista. Todo este respecto se ha ido refinando hasta nuestros días donde, por suerte, ya se pueden encontrar colectivos representados en cualquier obra sin intención de resultar cómicos por su mera presencia. La gente, en términos generales, hemos comprendido que lo importante en esto de lo correcto y lo incorrecto viene marcado por el contexto y no por el mensaje.
En estas, ocurre lo evidente: ser tan neutro y tibio en según qué opiniones, deja a la obra sin carisma ninguno que pueda hacerla atractiva. Películas inocentes de tinte un tanto infantiloide como la adaptación de 'Mister Magoo' de 1997, que era una comedia ligera sobre un personaje con problemas de visión, desató protestas de asociaciones de ciegos que consideraban ofensiva su representación en lugar de entenderla como un posicionamiento en primera línea a esta discapacidad, cosa que otras asociaciones SI entendían, y recriminaban la actitud de quien no lo comprendiera así. Fue así cuando se empezó a entender que daba igual que se hiciera, siempre existirían ofendidos: el problema no era la película, sino la falta de entendederas de según qué público. Casi en señal de protesta, comenzó una nueva ola de humor irreverente que disparaba a diestro y siniestro y esquivaba los sermones y la censura a golpe de vis cómica y astucia de guionista. Todo este respecto se ha ido refinando hasta nuestros días donde, por suerte, ya se pueden encontrar colectivos representados en cualquier obra sin intención de resultar cómicos por su mera presencia. La gente, en términos generales, hemos comprendido que lo importante en esto de lo correcto y lo incorrecto viene marcado por el contexto y no por el mensaje.
Si algo deja claro la historia es que las normas pueden transformarse, suavizarse o disfrazarse, pero el afán de control permanece intacto. Ya no se trata solo de la búsqueda por regular el cine, sino de disciplinar a la audiencia, de moldear sus respuestas y trazar los límites de lo aceptable. Porque, en última instancia, la censura nunca ha sido sobre las imágenes en pantalla, sino sobre las mentes y los ojos que las observan. Una película es alguien que te presta su mirada, por mucho que lo pretenda no debe aleccionar a nada ni a nadie fuera del mundo al que pertenece: la ficción. Apreciemos el cine como tal, que por sí mismo no hace daño a nadie.