Toda rutina comienza prácticamente igual. Lo más común es que, con desgana, uno se dirija al aseo para iniciar el ritual de excelencia: la corrección de uno mismo. El espejo, cuidadosamente escogido para ser el más franco de todos, ayuda cumpliendo su función. No existen órdenes preestablecidas en este ritual; se complace con el simple hecho de saberse interactuar con él y es ajustable a cualquier criterio. Tampoco evalúa ni puntúa por sí mismo, ni impide que se tomen ciertos caminos; solo ocurre, y uno, voluntariamente, ocurre con él.
Se puede optar entre una ducha o un lavado de cara si se torna pertinente, aunque el gesto imprescindible sigue siendo el peinado (si aún se es posible peinar). A veces, un toque de maquillaje, que, según el momento, puede variar desde casi nada hasta lo exagerado, como se prefiera. Quizás una crema facial entre medias, o el impregnarse con un leve aroma a talco, a una flor indeterminada que proceda de algún país exótico pero que en realidad fue cultivada en algún lugar del sur mediterráneo, o con un sucedáneo de vaina de vainilla.
Posteriormente, si es que no se ha hecho antes (insistir en la idea de que el ritual no sigue un orden estricto), se procede a cubrir el cuerpo con prendas diseñadas a partir de tejidos mayormente industriales, rematados por mano de obra anómalamente barata, fabricados principalmente a partir de plantas, sintéticos y animales, que al posarse sobre la piel cumplen la función de regular la temperatura corporal, imponer estructura y delimitar la desnudez; todo, nuevamente, al gusto.
Por último, y no menos importante, se cubren los pies para evitar las inclemencias del terreno. A nivel práctico, estas coberturas ayudan a mantener una temperatura adecuada, protegiendo los pies del frío y del calor, y previenen lesiones durante las actividades que se realicen.
Y de nuevo, uno posa frente al espejo.
Lo importante en todo este entramado es que se dé de forma armoniosa. Uno tiene la tarea de combinar el color y el estilo adecuado de sus prendas con la circunstancia, pero no limita la libertad de romper esta barrera si se desea; lo esencial, como se decía, es que todo se dé dentro de un orden. Este orden que se da, proyecta en los demás una idea que ayuda a dar definición al individuo en cuestión, y que prematuramente cada individuo ha diseñado y decidido para que así ocurra.
El fin del ritual supone la ruptura definitiva al huir de lo que uno es realmente y abre paso a lo que el constructo social desea que sea, e incluso a lo que uno ya piensa que debe ser, si es que acaso uno quiere ser algo. Eso si, el ritual tiene sus limitaciones: puede ofrecer una leve disociación en favor de lo que se gustaría o desee ser, pero no por ello deja de ser peligroso, porque todo este suceso, que como se decía no limita bajo ninguna circunstancia a nada, puede llevar al individuo a la obsesión y a la alienación, y con ello a la pérdida de la propia consciencia de su identidad, y por fin, puede conducir al desdoblamiento total y a no reconocerse al día siguiente cuando se comienza de nuevo el ritual, frente a ese espejo que fue cuidadosamente escogido para ser el más franco de todos.
Con el tiempo, parece que el espejo exige al ritual de órdenes diferentes y de cuidados más exhaustivos, de procesos más elaborados. El espejo, el más franco de todos, parece que ha germinado en el individuo la idea de que solo puede ser él mismo después del ritual. Y cada mañana, cuando comienza de nuevo, uno empieza apreciar que el espejo parece que batalla, y que siempre parte ganando la partida. Y uno, un día, despierta a la realidad al darse cuenta de que el ritual consistía en no dejar que el espejo venciera la partida por mucho, porque siempre empezaba ganando, y en el fondo siempre ganaba al final por poco. Pero luego uno se da cuenta de que cada día que se inicia el ritual, el espejo parte y acaba venciendo por más.
Y un día, en el peor de los casos, se decide hacer trampa con la intención de ganarle, aunque sea por un momento, la partida al espejo. Y es entonces cuando el espejo confiesa que él nunca estaba compitiendo, que solo quería cumplir su función siendo el más franco de todos, y que quizá alguien estuviera culpándole a él de algo sobre lo que no tenia control. Y así, uno descubre que todo este tiempo no perdía la partida contra el espejo, sino contra uno mismo. Si uno hubiera hablado con el espejo desde un principio, uno lo hubiera sabido. Y, ni más ni menos, de eso trata 'La sustancia (2024)', la nueva y aclamada obra de Coralie Fargeat.
El 'Body Horror' de Coralie Fargeat
El foco está puesto en Coralie Fargeat, una cineasta, guionista y directora francesa nacida en 1978, que aunque no era muy conocida por el meanstream hasta ahora, principalmente desempeño su corta trayectoria trabajando en un film de corte Manhunt-gore, y ha empezado a destacar con 'La sustancia' en el subgénero del terror corporal (conocido por todos como 'Body Horror').
Fargeat creció en Francia, donde desarrollo interés por el cine en etapa temprana. Estudió en la Universidad de la Sorbona en París, donde se formó en artes cinematográficas. Durante su época universitaria, se inclinó por la escritura y la dirección, y se forjó una sólida base de conocimientos que le permitió desarrollarse como cineasta. Suele confesar abiertamente su influencia por amplitud de géneros, pero siempre partiendo del cine de terror clásico, y no en vano, cualquier amante del genero tiene fácil encontrar una de sus descaradas referencias en su cine, donde logra fusionar lo visual y lo conceptual tanto propio como ajeno.
Fargeat comenzó su trabajó con varios cortometrajes, a destacar 'Reality +' (2014), donde ya dejaba caer su interés por la estética y el papel de la mujer bajo su yugo. Sin embargo, su reconocimiento y notoriedad comenzaron a crecer con su primer largometraje, 'Revenge' (2017), que también marcó el inicio de su carrera como una de las cineastas más provocadoras del cine contemporáneo de terror.
'Revenge' se trata de un thriller de venganza que, para tratarse de este género, sube la apuesta en el apartado visual y emocional. En ella, se sigue a una mujer llamada Jen (interpretada por Matilda Lutz), quien es brutalmente atacada y dejada por muerta en medio del desierto por un grupo de hombres, y donde comienza su lucha por sobrevivir y vengarse de sus agresores. La película tenía muchísimo del genero de explotación (sexualización, gore...), pero con una protagonista femenina que no era simplemente un objeto de sufrimiento, sino una figura de poder, y es por ello que la película destacó por la forma de romper los roles tradicionales de las mujeres en el cine de terror. Aparte de esto, destacaba por el uso de los colores y las tomas estilizadas como lo hacían los cineastas autores. Pero lo que primaba de su mirada es que el uso de la violencia no era solo un medio para generar terror sin más, sino una herramienta para explorar la psicología de los personajes y, además, una oferta para hacer reflexionar a su espectador.
Y es que Fargeatgusta de fusionar lo perturbador con la emoción compleja. No solo se enfoca en el horror gráfico (y mucho), sino que ofrece una experiencia que se eleva sobre el genero mismo.
Tras la buena acogida de esta película, Fargeat continuó su carrera como directora con la película 'La Sustancia' (2024), una obra que marca un refinamiento absoluto en su estilo, y a la vez lleva al exceso absoluto sus gustos por el cine de explotación. 'La Sustancia', película basada conceptualmente en 'Reality +', sigue siendo cine de terror, pero esta vez pone el foque en hacer una crítica social de los estándares de belleza impuestos por la industria del entretenimiento y la sociedad. Sigue tendiendo la mano al cine de Kubrick y al de Cronenberg, pero también se hermana con el cine de Aronofsky y a la literatura de Oscar Wilde, alejándose parcialmente de la violencia explícita que definió su trabajo anterior para, en primer lugar, enfocarse en una atmósfera más introspectiva y psicológica, y luego causar absoluta sorpresa ofreciendo el body horror más sangriento jamás visto.
Fue la sensación de Sitges, el festival del fantástico por excelencia, y allí ya se presagiaba que las distribuidoras se pelearían por ella, pero lo que nadie vio venir era que fuera capaz de colarse en el mainstream para llegar a gustar a propios y ajenos. Es justo decir que este tipo de cine gore de explotación es habitual encontrárselo en según que círculos, y es muy fácil encontrar películas parecidas, pero también es justo decir que encontrar una que aúne todo tan bien, no es NADA común.
Elisabeth Sparkle, una presentadora que alguna vez fue muy famosa, se enfrenta al declive de su carrera al ser despedida de su programa televisivo debido a su edad. Desesperada por recuperar su antigua gloria, descubre "La Sustancia", un tratamiento experimental que promete crear un alter ego más joven, hermoso y perfecto. Elisabeth decide probarlo, dando lugar a la creación de Sue, una versión rejuvenecida de sí misma. Sin embargo, existe una regla: deben compartir el tiempo de uso del cuerpo, alternándose. A medida que la historia avanza, las cosas se complican y las consecuencias de este pacto se vuelven cada vez más siniestras y fuera de control.
La mujer frente al espejo
'La sustancia', el último trabajo de la directora francesa Coralie Fargeat, irrumpe en el panorama cinematográfico como un vendaval, convirtiéndose automáticamente en el body horror feminista por excelencia. Tras su sonado paso por el Festival de Cannes, donde obtuvo el premio al Mejor Guion, la película se ha convertido en un fenómeno fílmico-político que combina lo impactante con una crítica mordaz a la obsesión social por los cuerpos. La cinta, que ha despertado comparaciones con la obra de David Cronenberg, cumple con las exigencias de los fans de las vísceras y la hemoglobina, pero también despliega una poderosa denuncia de la tiranía de los "cuerpos perfectos".
La historia que sigue a Elisabeth Sparkle, interpretada por una renacida Demi Moore, presenta a una mujer que goza de gran prestigio como presentadora de un programa de fitness. Sin embargo, a los 50 años, Elisabeth enfrenta la realidad de una industria que valora la juventud y las formas por encima de todo. Desesperada, recurre a una misteriosa sustancia que promete ofrecerle una versión mejorada de sí misma, dando lugar a una joven hipersexualizada interpretada por Margaret Qualley. Ambas versiones deben compartir el tiempo, una semana cada una, en una lucha interna que pretende reflejar la batalla que muchas mujeres libran contra sí mismas en un mundo que las juzga constantemente.
Fargeat utiliza el body horror para explorar la violencia que sufren las mujeres en su búsqueda de validación externa. La directora ha declarado que, desde muy joven, experimentó la presión social de encajar en ciertos estándares estéticos, lo que la llevó a crear un proyecto que propusiera pensar y juzgar estas normas. "Me he decidido a luchar contra la presión estética que sufrimos las mujeres", afirmaba Fargeat en una entrevista. "Quizás tiene que ver con lo duro que fue cumplir 40 años. En ese momento, sentí que mi vida se había acabado, que mi voz ya no sería escuchada, ¡y solo estaba en la mitad de mi vida!".
La elección de Demi Moore y Margaret Qualley como protagonistas suponen el primer acierto de la película. Ambas actrices, de fuerte implicación en el metraje, llevan a cabo una labor kamikaze al interpretar a sus personajes, dos caras de una misma moneda. Fargeat, en declaraciones, destaca la química instantánea que surgió entre ellas y su capacidad para transmitir la vulnerabilidad y la fuerza de sus personajes sin necesidad de palabras. "Demi y Margaret comparten una inteligencia emocional y un instinto muy poderosos. Son muy valientes y aprendieron rápidamente a confiar la una en la otra", explica la directora.
El tratamiento de los cuerpos en 'La sustancia' supone el aspecto destacado. Fargeat se enorgullece de que los desnudos no sean sexualizados, sino que reflejen la intimidad y honestidad de los personajes. En las escenas del baño, donde Demi y Margaret se miran desnudas al espejo, el cuerpo impone su ley, mostrando su fragilidad. Sin embargo, esta intimidad contrasta con la cosificación que sufren los personajes en el exterior, especialmente en el programa de fitness que presentan, donde las cámaras sexualizan sus cuerpos.
La película también se enorgullece de un humor grotesco y de una sátira al patriarcado. Fargeat utiliza este humor pasado de vueltas para permitir que el público piense en la violencia y la sociopolítica sin perder el sentido de la diversión. "El humor es esencial para mí", afirma la directora. "Es lo que permite que el público pueda reflexionar sobre la violencia y las cuestiones sociopolíticas sin perder el sentido de la diversión".
Pero la película no solo se enriquece de todo esto, sino que luce también por sus detalles técnicos como la banda sonora, una fusión de electrónica y toques orquestales que consigue crear una atmósfera casi hipnótica. El montaje es ágil y se adapta por momentos: en escenas de tensión, la edición es rápida, frenética, mientras que en los momentos de reflexión se toma su tiempo, respira. El guion, por su parte, si bien es sencillo, también es profundo; sus silencios a veces hablan más el idioma del espectador que los propios diálogos de la película, que por momentos parece que se presentan para subrayar el impulso de la superficialidad de la existencia del ser mujer en el show business, o del ser mujer a secas.
El resultado de todo esto en 'La sustancia' es el de ofrecer una fábula feminista extrema, gore y sangrienta, también crítica y también divertida. Fargeat orbita constantemente sobre la violencia autoinfligida en la búsqueda de un ideal inalcanzable y la absurda necesidad de validación externa para sentirnos bien con nosotros mismos.
Comprender la belleza
Platón definía la belleza como algo que conecta con la idea del bien y la verdad, algo que trasciende lo físico y se relaciona con el alma, algo más "espiritual". Ya, más tarde, en la Edad Media, se empezó a redefinir la belleza vinculándola con lo divino, un reflejo de la perfección de Dios, algo meramente tangible arraigado al servicio del imaginario de lo que sería la presencia física de las deidades. En lo que respecta a la era contemporánea, autores como Kant la consideraban una experiencia estética desinteresada, es decir, una donde la belleza representa algo puramente físico, que no pretende significar nada más allá que ser bello. Podemos definir entonces que, a lo largo de los tiempos, la belleza ha pasado de ser algo físico arraigado a lo espiritual, a algo completamente empírico.
La idea de belleza, aun así y en términos generales, se reconoce como algo más relativo, y puede ser subjetiva en función de la cultura, la educación, las tendencias, los tiempos y un sin fin de otras tantas que se resume en aquello de "lo que una persona considera bello puede no serlo para otra". Por suerte, muchas personas, fomentadas más en la experiencia, encuentran belleza en lo imperfecto, y es en esas circunstancias donde la belleza no es solo una cuestión de estética como se inculca a la sociedad, sino también de conexión y de amor por la vida.
Pero la belleza también puede ser entendida como una forma de poder social. Las convenciones sobre lo que es bello se utilizan para moldear la autoestima y el estatus de las personas, y en particular, de las mujeres. El discurso de nuestros tiempos sobre la belleza critica a los estándares impuestos por la sociedad, buscando una visión más inclusiva y diversa que valore a las personas más allá de su apariencia, pero lo cierto es que el estigma sobre la necesidad de la belleza sigue ahí, y Elisabeth Sparkle, el personaje interpretado por Demi Moore, ha vivido tan arraigada a la visión de una belleza simplista que cuando el tiempo le hace perder lo que las convenciones consideraban belleza, ella ya no se encuentra bien consigo misma, no se siente ella.
La belleza está en los ojos del que mira... en la costumbre y las matemáticas.
El fenómeno psicológico que hace que el cerebro humano perciba algo como bello o feo se relaciona con una combinación de muchos factores, pero todos parecen tener un punto en común en su funcionamiento, y es un razonamiento lógico: el factor clave es una percepción armónica con el que juzga la belleza.
El cerebro humano tiene una predisposición natural hacia la simetría, ya que esta se asocia con la estabilidad. Los rostros u objetos simétricos suelen ser considerados más atractivos, porque el cerebro interpreta la simetría como una señal de buen estado, y es que como el cerebro tiene esta tendencia a la comodidad estética, cualquier elemento que rompa esta simetría se puede entender como incomodo, definiéndolo erróneamente como feo.
Aparte de la simetría, otro factor interesante es la proporcionalidad, como por ejemplo, la tan mencionada proporción áurea. Los objetos y rostros que siguen estas proporciones tienden a ser percibidos también como bellos, ya que el cerebro humano parece estar especialmente sintonizado para reconocer las formas equilibradas.
Pero ¿has experimentado que algo feo con el tiempo te ha ido pareciendo más bonito? Seguro que si, y es que el efecto de la familiaridad también juega su papel en cómo se juzga la belleza, teniendo incluso nombre propio. Este fenómeno, conocido como efecto de mera exposición, sugiere que tendemos a encontrar más atractivas las cosas con las que estamos familiarizados. Cuanto más vemos algo, más probable es que lo percibamos como bello, ya que la repetición de un estímulo genera una sensación de seguridad y comodidad incluso en circunstancias donde no exista una armonía clara a primera vista.
Como no podía ser de otra manera, a nivel biológico, la dopamina tiene parte de responsabilidad. Este neurotransmisor, asociado con el placer, se libera en el cerebro cuando percibimos algo estéticamente atractivo. La dopamina refuerza nuestra sensación de satisfacción y placer al ver algo que consideramos bonito, lo que explica en parte por qué ciertas imágenes o formas pueden causar una sensación de bienestar inmediato. Y esto también ocurre con nuestro propio reflejo, donde de hecho, todo esto se torna peligroso.
Trastornados por la belleza
Puede ser razonable afirmar que la sociedad de consumo ha convertido la belleza y las cosas bellas en objetos de deseo, que genera obsesiones colectivas que dan lugar a un problema social bastante grave. Una falta de educación sobre cómo interpretar la belleza y dar sentido a su mecanismo simbólico ha propiciado una distorsión total de nuestros valores.
En lugar de comprender y admirar la belleza como una cosa subjetiva, se ha mercantilizado hasta el punto de asociarla exclusivamente con estándares superficialesinalcanzables, utilizándose incluso como método de venta de algo material bajo el principio de escasez. Esto genera en las personas con más sensibilidad inseguridades personales, y además da lugar a una percepción colectiva errónea de la identidad, del éxito o de los valores que, a fin de cuentas, nos hacen personas.
Así es como la belleza, reducida prácticamente a producto de consumo, pierde su dimensión filosófica y emocional, como ocurre frecuentemente en los menesteres mercantiles. Sin conciencia crítica, el bombardeo de imágenes idealizadas y mensajes subliminales genera una dependencia tóxica que afecta tanto al individuo como al colectivo. El resultado de todo esto es una sociedad atrapada en una búsqueda incansable de validación externa, lo que abre paso a problemas de insatisfacción personal.
Para frenar esta tendencia, necesitamos cultivar una educación estética que fomente lo que se entiende por auténtico y, así, reflexionar colectivamente sobre la belleza en sus tantas formas de expresión, olvidando su tendencia de ser instrumento alienante.
Y prueba de ello son los trastornos provocados por la búsqueda obsesiva de la belleza que experimenta Demi Moore en la película, que son un reflejo exagerado pero real de los efectos que los estándares estéticos pueden tener en las personas. El que vemos en ella solo es uno de tantos problemas que pueden darse, y quizá conocer algunos puede dar a entender la gravedad de todo este asunto:
Trastornos alimenticios
En la película vemos en cierto momento como Harvey, el personaje de Dennis Quaid, come gambas de manera aberrante a modo de símil de como la industria devora hasta lo obsceno todo aquello que considera "buen producto" hasta dejarlo inservible.
Al hilo de esto, aunque no tenga una relación directa, es importante hablar de los trastornos alimenticios, la consecuencia más alarmante que los cánones de belleza han provocado en la sociedad. Estos trastornos (como la anorexia nerviosa, donde se evita comer para alcanzar una delgadez extrema; la bulimia nerviosa, caracterizada por episodios de atracones seguidos de conductas purgativas; y el trastorno por atracón, en el que comer en exceso genera culpa y vergüenza) afectan tanto la salud física como la mental de un individuo.
Famosas como Demi Lovato o Lady Gaga, que han padecido trastornos alimenticios, han hablado abiertamente sobre como la exposición mediática y los cánones de belleza las empujaron a tales problemas.
La historia de Jane Fonda, quien sufrió de bulimia, es una particularmente interesante hablando de 'La sustancia'. Fonda fue una actriz muy sexualizada durante su juventud en sus películas, y mantener ese estatus provocó en ella este trastorno. En su lucha, y conforme se fue haciendo mayor, Fonda decidió enfocarse en su salud y se le ofreció la oportunidad de dirigir un programa de aeróbic, con el que obtuvo una fama mundial. En ese momento, toda mujer deseaba ser Jane Fonda, pero a pesar de ser vista como un icono de la salud, la realidad era que estaba luchando en privado contra un trastorno alimenticio. La historia de Jane Fonda es, también, la de 'La sustancia'.
Trastorno dismórfico corporal (TDC)
Este es, sin duda, uno de los trastornos más relacionados con la obsesión por la belleza. Las personas con TDC ven defectos en su apariencia que los demás no perciben, lo que lleva a conductas compulsivas como mirarse constantemente en el espejo, evitar las interacciones sociales o recurrir constantemente a cirugías plásticas.
Famosas como Kim Kardashian han hablado de la presión estética y las cirugías, pero lo más preocupante es que son francamente pocas las personas famosas que reconocen abiertamente que sospechan, padecen o han sido diagnosticadas con TDC, lo que refiere a la no visibilización de un problema que, de seguro sabemos, en Hollywood existe en un porcentaje muy alto.
Al hilo de esto, algunas personas desarrollan una necesidad compulsiva de someterse a intervenciones estéticas en un intento de alcanzar la perfección física sin plantearse aceptar los defectos que objetivamente existen en él o ella (como los tienen todos), lo que suele conducir a un ciclo interminable de cirugías y, por ende, riesgos para la salud. Este es, sin duda, el paralelismo más claro en la temática de 'La sustancia'.
Como curiosidad, el último tipo de dismorfia documentada es la conocida como "Dismorfia de Snapchat", que refiere a la obsesión que se desarrolla por parecerse a una versión retocada de uno mismo, basada en filtros y ediciones de fotos en redes sociales.
Vigorexia
También conocida como "complejo de Adonis", la vigorexia es considerada por ser un trastorno que si bien se da en ambos sexos, es más común encontrarlo entre los hombres. Se define en que las personas afectadas desarrollan una obsesión con ganar musculatura para cumplir con estándares de fuerza y estética, entrando en un ciclo interminable en la búsqueda de la perfección. Este suceso siempre suele desembocar en el consumo de esteroides que, por muy controlado que se crea que esté, siempre supone un problema a corto o largo plazo para la salud del individuo.
La inclusividad cuántica
En cierto momento del año 2024, las agencias publicitarias y departamentos de marketing relacionados con moda enfrentaron serios problemas debido a la falta de inclusión realista en sus campañas. Las medidas estándar y los modelos elegidos para las apuestas publicitarias de sus productos parecían ignorar la diversidad real de cuerpos. Esto dio pie a varias campañas donde se podía encontrar como el marketing cambiaba el rumbo hacia una aparente inclusividad. En los últimos años, hemos visto cómo marcas y empresas han adoptado discursos sobre la igualdad utilizando modelos de tallas especiales, de diferentes edades, etnias y con características físicas que eran consideradas "imperfectas".
Ahora bien, con esto surgía algo nuevo que probablemente no se le haya escapado a nadie, y es que, aunque muchas marcas utilicen modelos de tallas especiales o con rasgos diversos, muchos de los cuerpos (no todos) siguen siendo sometidos a un nuevo proceso de idealización; las modelos de tallas grandes, por ejemplo, son seleccionadas por su "belleza perfecta" dentro de su "categoría", con rostros simétricos y proporciones que, aunque no sean delgadas, cumplen con cánones y proporciones. Lo mismo ocurre con las modelos mayores: aunque se les da visibilidad, mantienen una apariencia juvenil y radiante. Los/as modelos con vitíligo que aparecen en los anuncios, siguen siendo profundamente armoniosos. Este fenómeno es lo que se conoce como maquillaje social, y no es más que una forma de enmascarar la misma presión estética de siempre, pero con un discurso progresista.
Así, el nuevo truco de las empresas consiste en vender la idea de que están rompiendo con los estereotipos, cuando en realidad están perpetuando los mismos ideales de belleza, pero con miras más amplias para evitar las críticas y, además, conseguir ser virales y ganar más dinero. Con esto, en realidad, se están generando nuevas formas de discriminación que rozan lo absurdo.
La única salvación: el "Wabi-sabi"
La filosofía oriental ya abordó, hace siglos, el concepto de la belleza imperfecta para combatir con la mirada occidental de lo que se consideraba perfecto, fundamentado en su singular sensibilidad estética. De aquellos pensamientos surgió el termino "wabi-sabi", una filosofía japonesa que celebra la belleza de lo imperfecto. Esta filosofía, arraigada en el budismo zen, enseña a encontrar belleza en las grietas, las cicatrices y las marcas que el tiempo deja.
El término wabi-sabi es una combinación de dos conceptos: "Wabi" se define por la simplicidad rústica, algún tipo de elegancia sobria o la quietud que se encuentra en la naturaleza y en la artesanía. "Sabi" evoca la belleza que surge con el paso del tiempo, el desgaste de un objeto, la pátina que adquiere con los años. Juntos, estos términos definen el encontrar belleza en lo que es modesto, humilde e imperfecto. Un ejemplo claro esto surge en la cerámica japonesa, donde las piezas a menudo presentan irregularidades y texturas rugosas que las hacen únicas frente a otras. Lo importante es que estas imperfecciones no se consideran defectos, sino características.
El wabi-sabi también tiene un componente temporal muy marcado. A diferencia de lo que propone por defecto la cultura occidental, que a menudo teme al paso del tiempo, esta filosofía fluye con la fugacidad de las cosas. Las flores que se marchitan, las hojas que caen en otoño o las grietas en una taza son recordatorios de que todo es transitorio. En lugar de lamentarse, el wabi-sabi enseña a apreciar la belleza como parte esencial de la existencia. Y no hay que confundir esto con resignación; esta filosofía consiste en encontrar paz con el mundo.
En términos estrictos al cuerpo, el wabi-sabinos impulsa a aceptar nuestras propias imperfecciones y a verlas como parte de nuestra historia, de lo que somos. Las arrugas o las cicatrices no son algo que deba ocultarse o corregirse, sino que son testigos de una vida, son un motivo de admiración.
Quizás la verdadera lección que nos deja esta película es entender que nuestra belleza, a veces más o menos característica, está en constante transformación, y que debemos aprender a mirarnos en el espejo sin prejuicios, sin comparaciones. Y es que como se decía al principio, el espejo es justo, quien no es justo con el espejo somos nosotros, y quien gana con ello son todos los demás.