'Proyecto Islero': la España de la bomba nuclear inspirada por Oppenheimer

Gracias a la premiada película de Christopher Nolan, 'Oppenheimer', se ha podido visibilizar al científico que encabezó el Proyecto Manhattan junto a su equipo, cruciales todos ellos en el desarrollo de la bomba atómica. Con el film, se ha reavivado el debate sobre los conflictos bélicos y el potencial destructivo de la energía nuclear, tema que en España encierra numerosos misterios y cantidad de historias casi desconocidas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la competencia armamentística entre Estados Unidos y la Alemania nazi determinaba que quien lograra desarrollar el arma más devastadora tendría ventaja en un conflicto que parecía no tener fin. Por un lado, nos encontrábamos el Proyecto Manhattan estadounidense liderado por J. R. Oppenheimer, representado en la película por Cillian Murphy; por otro, el menos conocido Proyecto Uranio alemán dirigido por Kurt Diebner.

Como es sabido, Estados Unidos aseguró su victoria gracias a una ventaja estratégica en el diseño del arma y al colapso del imperio alemán antes de finalizar su proyecto. A pesar de tener la victoria garantizada por este hecho, las fuerzas armadas estadounidenses, por estrategia política en forma de venganza por el conflicto de Pearl Harbor, decidieron unilateralmente lanzar las bombas atómicas ya construidas sobre Japón, el único país en pie fiel al régimen alemán, desencadenando los trágicos sucesos en Hiroshima y Nagasaki.

Tras estos eventos, se firmó la rendición del país nipón y del Imperio Alemán en el acta de "Rendición Incondicional de Alemania", poniendo fin a la guerra y dando inicio al que debería ser un periodo de paz con la creación, en el año 1945, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), una organización formada por 51 países cuyo objetivo principal era (y es) mantener la paz y la seguridad internacionales, así como fomentar la cooperación entre las naciones en su desarrollo.

España, aunque no participó muy directamente en la Segunda Guerra Mundial, sí desempeñó un papel indirecto al ofrecer su apoyo al bando alemán. Esta acción resultó en la no posible inclusión del país a las Naciones Unidas hasta 1950, cuando se levantó el veto y España fue admitida como miembro.

Lo que pocos podían anticipar en aquel entonces es que el fin de la Segunda Guerra Mundial daría lugar a un nuevo conflicto, conocido como la 'Guerra fría'. Este periodo se caracterizó por la confrontación ideológica entre bandos que durante la Segunda Guerra Mundial fueron aliados forzosos: el capitalismo occidental, representado por Estados Unidos, y el comunismo soviético, representado por la Unión Soviética. Lo que distinguió a esta guerra de cualquier otra fue la ausencia de enfrentamientos armados DIRECTOS entre las potencias; en su lugar, se observó una marcada tensión geopolítica y se originaron conflictos aislados en países por entonces olvidados de la atención mundial, tales como Corea, Vietnam o Afganistán.

Durante la Guerra Fría, numerosos países, temerosos de represalias por parte del bando al que enfrentaban, buscaron fortalecer sus fuerzas armadas y armamento para disuadir conflictos potenciales o estar preparados para enfrentarlos en caso de necesidad. Con ello, se evidenció que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no era la principal garantía de paz, sino que esta paz se sostenía en el "equilibrio del terror", basado en el poder destructivo de cada bando, un concepto heredado de la Segunda Guerra Mundial.

En medio de esta carrera por la supremacía, España no se mostró ajena a la dinámica. Bajo el régimen franquista, se sumó a esta tendencia al intentar convertirse en una potencia nuclear mediante el desarrollo de armas atómicas, intentado llegar a lograr un papel distinto al que tuvo para el mundo durante la Segunda Guerra Mundial.


El inicio de la España nuclear: La Junta de Energía Nuclear


Para poner en contexto el inicio de esta historia, es necesario retroceder hasta 1951, un año después de la inserción de España en la ONU y seis años después del final de la Segunda Guerra Mundial, durante el régimen de Francisco Franco y en plena Guerra Fría. En ese momento, ya era de dominio público que la energía nuclear representaba una fuente potencial de energía limpia y abundante; el desarrollo de esta tecnología prometía, de forma drástica, elevar el estatus de un país como potencia global. España, que mostraba claros signos de agotamiento económico debido a los estragos causados por la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, necesitaba de un revulsivo que la reinstaurara como una nación relevante. Fue entonces cuando se estableció la 'Junta de Energía Nuclear' (JEN), donde destacados científicos españoles se abocaron al estudio de diversos aspectos relacionados con la energía atómica.

Para la puesta en marcha del proyecto, Franco confió en José María Otero de Navascués Enríquez de la Sota, un destacado científico militar conocido por sus investigaciones sobre la miopía nocturna (todos los seres humanos somos miopes en al oscuridad). La elección de Navascués era debida a su experiencia en campos relacionados con la visión, que, aunque pueden parecer distantes, comparten similitudes con los procesos involucrados en la obtención de energía atómica.

Formada oficialmente en 1951 (aunque, secretamente, ya estaba en marcha en 1948) los objetivos de la JEN iban desde la edificación de centrales nucleares para elevar el estatus del país y posicionarlo en la vanguardia tecnológica, hasta la satisfacción de las necesidades energéticas de una nación que se enfrentaba a una crisis económica. En sus primeros años, la JEN se dedicó intensamente a la investigación y desarrollo de tecnología nuclear para la obtención de energía, lo cual incluyó la construcción de reactores nucleares experimentales y la capacitación de personal especializado en este ámbito.

Durante estas, uno de los trabajadores del equipo del JEN planteó a Navascués un hecho obvio en la comunidad científica que sembró la semilla de una idea con potencial aparente de "beneficiar" tanto a la sociedad civil como a la militar: "Si se posee el material necesario para la construcción de una central nuclear, también se cuenta con los elementos para fabricar una bomba atómica".


Átomos para la paz


En diciembre de 1953, el por entonces presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower lanzó ante las Naciones Unidas el discurso sobre el proyecto "Átomos para la Paz", discurso que, en esencia, promovía el uso pacífico de la energía atómica y fomentar la cooperación internacional para controlar y limitar la proliferación nuclear. El discurso de Eisenhower hacia hincapié en que todas las naciones debían trabajar juntas para frenar la proliferación nuclear como arma y promover sus usos pacíficos.

La historia nos lleva al año 1955, cuando España firmó un acuerdo con Estados Unidos para la cooperación en materia nuclear a raíz de este proyecto. Este acuerdo facilitó a España recibir asistencia técnica y financiera para la construcción de reactores nucleares.

Aunque públicamente España se asoció con Estados Unidos en la Guerra Fría, mostrándose como un aliado indirecto contra el comunismo liderado por la Unión Soviética, en realidad, este pacto tenía implicaciones más profundas y oscuras por ambas partes. Por un lado, el pacto permitió el desarrollo del primer reactor nuclear en España y proporcionó la información y la tecnología necesarias para iniciar proyectos relacionados con la energía nuclear. Sin embargo, en la sombra, el acuerdo estipulaba que España se mantendría neutral en caso de un conflicto que involucrara a la nación aliada y proporcionaría apoyo logístico al ejército estadounidense en su propio territorio. Es importante tener presente que Estados Unidos estaba al tanto, a través de publicaciones científicas, de las reservas de uranio que había en España, lo que hacía del país español un socio estratégico interesante.

En el año 1958, gracias a los conocimientos y materiales proporcionados por Estados Unidos y respaldados por el liderazgo intelectual de Navascués y su equipo en la JEN, España logró un hito para un país en decadencia: la creación de su primer reactor nuclear experimental. Este logro situaba al país en la vanguardia y lo posicionaba como la presunta quinta potencia nuclear del mundo, tras Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido.

Ante la anticipación de posibles tensiones derivadas de la proliferación nuclear y con especial atención en España debido a su reciente incursión en este ámbito, se impulsó la creación del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en ese mismo año. Todos los ojos estaban puestos en España, ya que había sospechas sobre las posibles verdaderas intenciones de Franco en relación con estos desarrollos nucleares.


Marruecos, nacionalismo e independencia



Para avanzar en la historia del acontecimiento, sería necesario remontarse a otro conflicto que se daba desde finales del siglo XIX, cuando Marruecos se convirtió en un punto de interés de la competencia colonial entre las potencias europeas, principalmente Francia y España. La riqueza de sus recursos naturales sin explotar atrajo la mirada de varias naciones, que lucharon por hacerse con el control del territorio. En 1912, tras la Conferencia de Algeciras y con motivo de mantener la paz en el territorio y entre naciones, se firmó el Tratado de Fez que dividía Marruecos en zonas de influencia francesa y española.

A lo largo del siglo XX, crecieron los movimientos nacionalistas marroquíes que luchaban por la independencia del dominio colonial. Figuras como Mohammed V, líder del movimiento de resistencia, se convirtió entonces en símbolo de la lucha por la libertad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Marruecos fue ocupado por las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón; el bando afín a España y Francia), lo que intensificó las tensiones y el deseo de independencia. Mohammed V fue depuesto por las autoridades y exiliado, lo que provocó protestas ahora masivas en todo el país.

Tras la guerra, Mohammed V regresó a Marruecos en 1955 y encabezó la lucha por la independencia. Se iniciaron negociaciones con Francia y España, y en 1956, Marruecos logró la independencia de Francia, seguida poco después por la independencia de España. Tras obtener esta, Marruecos fue reconocido como un Estado soberano por la comunidad internacional y Mohammed V se convirtió en el primer rey del Marruecos independiente.

Sin embargo, a pesar de esta independencia, aún persistían territorios españoles en el continente africano: Ceuta, Melilla y el Sáhara. Estos terrenos, eran claves para el general español por motivos de estrategia geopolítica y Franco era consciente de que el auge del nacionalismo Marroquí podría arrebatárselos. Para contener esta tendencia, y aprovechando el "equilibrio del terror" que imperaba en el mundo con la intención de mantener la paz, Franco ató cabos y le vino casi dado un plan de disuasión para este conflicto.


La gestación del 'Proyecto Islero'


Estados Unidos y España estrecharon lazos con el tratado de Átomos para la Paz. Como parte de este acuerdo, las fuerzas armadas estadounidenses establecieron bases aéreas en suelo español, presuntamente como puntos estratégicos para una eventual confrontación en la Guerra Fría en caso de un ataque comunista. Estas bases se encontraban en Torrejón de Ardoz (Madrid) y Morón de la Frontera (Sevilla). Los estadounidenses, al cambio, estuvieron abiertos a compartir conocimiento en materia nuclear, lo que llevó a que algunos trabajadores de la Junta de Energía Nuclear (JEN) fueran enviados a Estados Unidos para estudiar al respecto.

Entre esos trabajadores se encontraba Guillermo Velarde, destacado ingeniero militar español que completó su formación en la Universidad del Estado de Pensilvania y el Laboratorio Nacional de Argonne en Illinois. Posteriormente, trabajó en Atomics International en California, donde contribuyó al desarrollo de un pequeño reactor nuclear que serviría de prototipo para los que se planeaban construir en España con el objetivo de producir energía eléctrica. Velarde, consciente por sus conocimientos adquiridos en Estados Unidos, comprendió que las naciones más respetadas en el mundo eran las que poseían armamento nuclear, una realidad alcanzable para muy pocos.

En 1961, durante una visita a Madrid, fue Velarde quien planteó la posibilidad a Navascués de que España fabricara armas nucleares aprovechando los conocimientos y capacidades adquiridos tanto por él como por otros investigadores. Discutida la idea, Navascués consultó con el capitán general Agustín Muñoz Grandes, jefe del Alto Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y vicepresidente del gobierno, reconocido como el militar más importante por estar al mando de la División Azul, la fuerza que Franco envió a luchar al lado de las tropas alemanas en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial.

Muñoz Grandes
dio luz verde al proyecto con la aprobación de Franco, que quería ver hacia donde iría encaminado, y así, en febrero de 1963, Velarde lideraba en Madrid el intento de fabricar la bomba atómica española. Muñoz Grandes entendió rápidamente la importancia de que España tuviera un arsenal nuclear como medida disuasoria y, en particular, con los ojos puestos en el posible futuro conflicto con Marruecos y su posible movilización por recuperar Ceuta y Melilla. Velarde bautizó el proyecto con cierta ironía como 'Islero', el mismo nombre del toro que mató al torero Manolete, convencido de que el proyecto podría acabar también con su vida.

Para evitar sospechas del comité regulador de la energía atómica (AOIE), Velarde recibió órdenes de Muñoz Grandes de dirigir la investigación en secreto. Sin embargo, Velarde y Navascués encontraron esta estrategia inviable y optaron por lo contrario: trabajar de manera abierta y dividir el trabajo en equipos que desconocían las actividades de los demás.

Se sabía que los Pirineos y el sur de España eran ricos en uranio, un componente valioso para la obtención de energía nuclear. Sin embargo, trabajar con uranio habría sido más complicado de ocultar del escrutinio internacional, por lo que se optó por el plutonio, un material más barato y fácil de manipular y que se podría conseguir de las centrales nucleares. El proyecto se dividió en cierto número de etapas, que abarcaban desde el desarrollo de códigos de cálculo hasta la elección de un reactor nuclear capaz de trabajar con plutonio.

Y mientras avanzaba este proyecto, ocurrió la que probablemente podría haber sido la catástrofe más grande de la historia de la humanidad.


El incidente Palomares



Durante la nueva alianza entre España y Estados Unidos, se acordó la instalación de bases aéreas americanas en territorio español, así como la autorización para realizar vuelos sobre España. En plena Guerra Fría, como parte de las estrategias militares de Estados Unidos, se implementó la presencia continua de bombarderos en el aire. Esta táctica tenía como objetivo asegurar que, en caso de un ataque de la Unión Soviética contra territorio estadounidense, hubiera aviones sobrevolando el territorio enemigo listos para responder de inmediato, evitando la necesidad de organizar una contraofensiva.

Los bombarderos B-52G de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos realizaban vuelos rutinarios sobre territorio español con el propósito mencionado anteriormente. Era habitual que un avión cisterna Boeing KC-135 de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, sobre la región de Almería, llevara a cabo la recarga de combustible en pleno vuelo para abastecer a los B-52G en su trayecto.

El 17 de enero de 1966, un avión B-52G de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, en pleno vuelo y con la intención de reabastecerse de combustible con el KC-135, colisionó accidentalmente en el aire durante una operación de reabastecimiento sobre la población de Palomares (Almería). El incidente resultó en la caída de los restos de aviones calcinados, así como de las bombas que el bombardero transportaba en su interior. 

Siete de las personas que se encontraban en los aviones, murieron. La población local, milagrosamente sin sufrir bajas, alertó a las autoridades españolas sobre el incidente, que a su vez recibieron la notificación de los estadounidenses. Lo que desconocían hasta ese momento era que el avión carguero transportaba en su interior cuatro bombas termonucleares, cada una con una potencia 70 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima. Estas bombas, por fortuna, no detonaron al impactar en el suelo (y podría haberse dado), pero dos de ellas se dañaron, liberando el gas radiactivo del plutonio que contenían.

Pocos días después, se puso en marcha la operación de búsqueda y recuperación de las bombas y el material radiactivo disperso, conocida como la operación Broken Arrow. Esta operación resultó ser desconcertantemente lenta y aparatosa, ya que el personal estadounidense enviado carecía de la capacitación necesaria para hacer frente a tales circunstancias. Además, en la sombra, su principal objetivo era recuperar las bombas para evitar la copia de su tecnología, en lugar de priorizar la protección de la población civil potencialmente expuesta a la radiación.

Finalmente y casi dos semanas después, la población de Palomares y de los pueblos cercanos fue evacuada para prevenir la exposición a la radiación, a pesar de que ya habían sido expuestos. Tanto el gobierno español como el gobierno de los Estados Unidos colaboraron en las tareas de limpieza y gestión de la crisis, llegando a convertirlo, como si de una estrategia de marketing se tratara, en una campaña publicitaria de turismo para España y de limpieza de imagen para Estados Unidos.

Entre tanto, desconocían la ubicación exacta de las bombas para su recuperación, lo que llevó a la puesta en marcha de un operativo con el fin de hacer un barrido sobre el terreno. Entre los participantes en esta operación se encontraba Guillermo Velarde, quien tenía interés en localizar una bomba estadounidense para comprender su funcionamiento. Pronto se conoció que las dos bombas que resultaron dañadas al impactar contra el suelo, cayeron en las proximidades del pueblo de Palomares, la tercera bomba descendió cerca de la desembocadura del río Almanzora, mientras que la cuarta bomba, que costó mucho encontrar, se hundió en el mar Mediterráneo a una profundidad de 2.900 metros. Esta cuarta bomba fue localizada el 21 de enero y no pudo ser recuperada con éxito hasta 2 meses y 20 días después, el 7 de abril. Se llevaron a cabo trabajos de limpieza para eliminar la contaminación radiactiva del suelo, aunque se estima que se dispersaron 4.500 kg de gas de plutonio en un área de 200 km², por lo que incluso a día de hoy, la tierra debe seguir radiada.

Las operaciones de limpieza del incidente de Palomares se prolongaron durante años. Se han realizado estudios epidemiológicos para evaluar los efectos del accidente en la salud pública, aunque no se ha encontrado una relación directa entre la exposición a la radiación y el aumento de enfermedades en la zona.


La tecnología termonuclear al descubierto


En su exploración por la zona contaminada, Velarde observó que, en Palomares, algunas piedras del terreno presentaban una superficie ennegrecida y emitían una alta radiactividad. Al cuestionar a un oficial estadounidense sobre este fenómeno, este explicó que las bombas eran transportadas en los aviones rodeadas de una esponja de poliestireno para evitar colisiones entre ellas, lo que resultó en la incrustación de plutonio en las rocas.

Sin embargo, esta explicación no contentó a Velarde, quien comenzó a sospechar que el poliestireno desempeñaba otro papel en el funcionamiento de la bomba termonuclear. Decidió iniciar sus propias investigaciones para desentrañar el misterio cuando, finalmente y por ingeniería inversa, llegó a la conclusión de que las bombas de Palomares estaban compuestas por una bomba de plutonio, una vasija con deuterio-tritio, y entre estos dos elementos, el poliestireno, que se encontraba entonces dentro de la bomba. Descubrió que el poliestireno permitía que el deuterio-tritio alcanzara la densidad y temperatura necesarias para su explosión. Por lo tanto, no se trataban de bombas atómicas al uso, sino de bombas termonucleares (bombas de hidrogeno o bombas H).

Con este descubrimiento, Velarde reveló uno de los secretos mejor guardados del ejército estadounidense: el método Ulam-Teller, fundamental para el desarrollo de la bomba termonuclear. Las investigaciones de Stanislaw Ulam y Edward Teller permitieron a Estados Unidos dotarse de esta arma, aún más devastadora que las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Hasta ese momento, solo la URSS, Francia y China habían logrado replicar esa tecnología.

Gracias al hallazgo de Velarde en Palomares, España adquirió los conocimientos necesarios para el desarrollo de bombas termonucleares, convirtiéndose en otro país, ahora si, con la capacidad de fabricar este tipo de armamento.


Gregorio López Bravo contra el 'Proyecto Islero'


Después de los sucesos de Palomares, lo normal habría sido que España reflexionara sobre los peligros de las armas nucleares y reconsiderara su postura al respecto. Sin embargo, logró cambiar el rumbo de la situación convenciendo a la población de que la contaminación nuclear no era tan destructiva como se creía y que, de hecho, la energía nuclear podría fomentar la unión entre países. Ni Velarde ni Navascués encontraron suficientes motivos para detener el proyecto y decidieron seguir adelante con él.

Francia, que emergía como una potencia nuclear en Europa por aquel entonces (y posiblemente hasta el día de hoy), mostraba un fuerte interés en que otras regiones europeas también desarrollaran armamento nuclear durante la Guerra Fría. Esto se debía a su percepción de que confiar únicamente en Estados Unidos como la principal potencia nuclear mundial, dadas las lecciones aprendidas durante la Segunda Guerra Mundial y durante los acontecimientos recientes, era un error estratégico. Por lo tanto, Francia buscaba expandir la presencia nuclear en Europa con el objetivo de equilibrar el poder y fortalecer la posición colectiva del continente. Este punto de vista francés ocultaba el objetivo real, ya que mientras Francia promovía la expansión nuclear europea, también buscaba consolidar su propia posición como líder en el ámbito nuclear del continente. Uno de los primeros países en recibir esta ayuda fue España, con el que colaboró para la construcción de la central nuclear de Vandellós, en Tarragona (hoy conocida como Vandellós I). Esta central nuclear sería la primera con la capacidad real de trabajar con plutonio.

Fue aquí cuando el ministro español de Industria, Gregorio López Bravo, sugiere que empresas privadas participen en la instalación del reactor, alterando el plan original de que fuera un organismo estatal el encargado del proceso, así reducir costes. López Bravo era un ministro tecnócrata, un político que impulsaba una modernización económica que alejaba al régimen franquista de los postulados más nacionalistas.

Muñoz Grandes, Otero Navascués y el propio Velarde eran conscientes de que sería complicado mantener en secreto el Proyecto Islero si empresas privadas tomaban parte. Para lograr su objetivo y tratar de disuadir a Franco de seguir adelante con él, López Bravo exageró el costo de la construcción, 60.000 millones de pesetas según el ministro, cuando en los informes elaborados por Velarde se estimó en 20.000. En 1966, el general Muñoz Grandes lleva a Velarde a una reunión con el mismo Franco en su residencia oficial, en un intento de convencer al Generalísimo de que continúe apostando por el proyecto.

Franco, sin alinearse con ninguna de las dos posturas, informa a Muñoz Grandes que ha optado por suspender el proyecto debido a su preocupación de que, tarde o temprano, Estados Unidos descubriera los intentos de España por desarrollar su propia bomba nuclear, lo que conllevaría sanciones económicas que el país no podría soportar. No obstante, anima a continuar la investigación en caso de necesidad futura, dejando claro que él no firmará ningún documento que oficialice la cesación del programa nuclear.


La segunda vida del 'Proyecto Islero'


En 1968, durante una sesión de las Naciones Unidas, todos los países armados, excepto Francia, concretan el desarme nuclear de todas las naciones del mundo en son de paz. Para ello, se genera el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), un acuerdo internacional destinado a prevenir la proliferación de armas nucleares y promover su desarme. El TNP establece un régimen internacional de no proliferación que incluye compromisos por parte de los estados nucleares de no transferir armas nucleares o tecnología relacionada a otros estados, y por parte de los estados no nucleares de abstenerse de adquirir o desarrollar armas nucleares. También se reconoce el derecho de los estados a la energía nuclear con fines pacíficos y promueve la cooperación en el uso seguro y pacífico de la energía nuclear.

El proyecto Islero permaneció archivado durante un largo período, cumpliéndose también la promesa de España de no suscribir ningún tratado de cesión nuclear. En 1974, con un Franco enfermo y debilitado, el presidente del gobierno en ese momento, Carlos Arias Navarro, y el jefe del Alto Estado Mayor, el teniente general Manuel Díez-Alegría, consideraron oportuno reactivar el Proyecto Islero con la intención de dotar al ejército español, de una vez por todas, de armamento nuclear. La meta era tener 28 bombas atómicas y 8 bombas nucleares antes de que comenzara la década de los 80. En estas, con la caída inminente de la dictadura, todas las miradas estaban puestas en España. El por entonces presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, señaló a España para que firmara el TNP.

Con el fallecimiento de Franco, el Proyecto Islero siguió adelante y con la llegada de Adolfo Suárez al poder, surgió un renovado interés en esta iniciativa, ya que Suárez compartía la convicción de Velarde de que poseer armamento nuclear constituía una disuasión efectiva ante posibles conflictos. En 1980, se llevaron a cabo reuniones para que Velarde proporcionara una explicación más detallada del proyecto.

Lamentablemente para Velarde, Suárez renunció  su cargo en enero de 1981, y su sucesor, Leopoldo Calvo-Sotelo, convencido de que España debía integrarse en el bloque occidental liderado por Estados Unidos, promovió la adhesión de España a la OTAN (encargada de unir a todos los paises posibles contra la Unión Soviética en caso de ataque) y firmó la incorporación del país bajo el auspicio del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Esto implicaba una supervisión por parte de un comité que visitaría las instalaciones nucleares españolas para garantizar su uso adecuado, lo que tornó inviable el Proyecto Islero.

De todas formas, el TNP no se firmaría hasta el gobierno de Felipe González en 1986, momento en el cual España se comprometió definitivamente a cerrar este capítulo. Velarde, habiendo cumplido con todas sus tareas, no logró llevar a cabo su misión.


Toda esta historia salió a la luz en el año 2016, cuando Velarde decidió compartir sus memorias, revelando un secreto de estado que había permanecido oculto durante varias décadas. Este es solo uno de los muchos episodios ocultos de una España sombría. Es importante nunca olvidar episodios como este para intentar no cometer los mismo errores en el futuro.

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